Subcomandante Marcos

Supongamos que...

Detrás de su nube, Sombra mira y escribe: 

Falta lo que hace falta. Su ausencia es herida que se renueva aún en esta cicatriz que mal regalan las horas. 

Aun y cuando os sé lejana, luz que me desvela, con la mirada acorto las distancias y en vuestro cuerpo marco las señales para la ruta que aspiro a que caminen después mis labios. 

Bien sé que la sombra que me envuelve y nombra, muro se hace entre vuestra piel y la que ahora me duele por no teneros. 

Apenas puedo asomarme por una grieta y, a través de ella, rondar vuestro talle, ceñirlo con la mirada y con la mirada rendirlo. Tocan mis ojos lo que tocar no pueden mis manos. De vuestra carne la espera, amable y distanciada luz, es cadena cruel para tanta libre ansia, mordaza perversa para el deseo, y eterna vergüenza para quien impávido la acepta. Y maldigo así este tiempo que muro pone sobre el muro que de vuestra gracia me aparta.

Y vencerlo me prometo. Envuelto en sombras, sombra yo, me llegaré a vuestro cuerpo para hacer la ruta hasta el nudo del deseo, para desatarlo luego. Con los labios habré de quitarle las ropas y las penas. Una promesa le dibujaré en la nuca y con su nombre susurrado le peinaré los cabellos. Sus senos con mi pecho serán cubiertos y nuestras caderas se mecerán al compás de jadeos y gemidos. Esas vuestras manos a mi espalda habrán de aferrarse cuando el placer vuele su caída hasta la pequeña muerte de su vientre. No habrá entonces ni luz ni sombra, apenas un relámpago languideciendo con nuestras pieles desgastadas.

Esperad de mi espera, alto vuelo, que habrá que hacer de nuevo la madrugada...

Amanece. La madrugada esconde sus nostalgias en la lluvia de junio. Sobre la mesa, un libro queda abierto con la ayuda del peso de una pipa rota. En una página manchada con ceniza, con línea irregular están subrayados unos versos de Bertolt Brecht:

La lluvia
No regresa hacia arriba.
Cuando la herida
Ya no duele,
Duele la cicatriz.


Carta a Magdalena

Magdalena:

Te vi de madrugada. Escondida o encerrada estabas en una torre de calendarios y geografías absurdas que me decían que no era bienvenido. Pero, apenas un momento, y te asomaste entera, hermosa y desnuda de prejuicios, luchando a favor de este nadie que soy y rescatándome de una noche ajena. Yo me quedé temblando, aún lo estoy. Deslumbrado todavía, en los pasos que siguieron y dimos juntos, lo que antes entró por la mirada, suavemente se llegó a mi pecho por camino desconocido.

Te vi, y yo pensé que eso me bastaría, que tu imagen sería suficiente para tomar fuerza y alejarme para que, cuando el tiempo pidiera cuentas, el saldo fuera apenas un recuerdo de la tormenta que por cabellos llevas, el collar de besos que imaginé para tu cuello. Pero no, no fue suficiente. Necesito colgarte cien suspiros al oído y recorrer tu geografía con mis labios. Y necesito que mis manos se dibujen en tu cintura y tus caderas, que mi sed encuentre alivio entre tus piernas, que renazcan mis dedos sobre tus senos, que tu boca me diga lo que no me dirán tus palabras, que mi piel más sombra sea en la luz de la tuya.

Ya nada basta. No basta con que sueñe que te tomo por la cintura, que te acerco a mí y que a tu cuello llega mi aliento, que dudan mis manos entre uno y otro pecho, que me restriego a tus caderas y que tu humedad me guía. No basta con pensar que tu tormenta me estalla en la cara, ni que me piense y te piense conmigo dentro, con el deseo montado en piernas y caderas, corriendo a ninguna parte, atento al gesto que en gemidos dibujas. No basta imaginar que me tienes, que me enseñas a encontrarte, que me haces hacerte, que te dibujas entre mis brazos, que tiemblas y me tiemblas. No basta que reconstruya en la mente lo que tal vez no pasará nunca: el quitarte la ropa y los miedos, el desnudarte las ganas, el abrirte por el vértice sombreado, todo deseo, todo misterio, el entrarte hasta el sitio que anule por fin toda razón y que sólo la carne mande. No basta que trate de distraerme detrás de las palabras que arrojas, fallidas puertas de salida, ventanas que no invitan a asomarse siquiera, paredes cerradas.

He tratado de tomar distancia, de hacer complicadas cuentas de días, kilómetros, horas, calles frías, laberintos, olvidos. Consulté mapas que confirman que el tuyo es otro mundo. Ha sido inútil. Esta mañana, por ejemplo, me he hecho el firme propósito de tomar distancia, anteponer un montón de razones para irme ya alejando y decir adiós sin palabras, que siempre es el adiós más difícil, el más artero. Pero apenas te he visto y he olvidado hasta la hora. Bastó que desde lo lejos intuyera una tormenta, para que botara propósitos y razones, para que el corazón y las ganas se desbocaran, y para que un cuello suspirado me robara todo el aliento.

Magdalena, yo sólo quería decirte que me gustas y que quería acercarme a ti. Pero acercarme como un hombre se acerca a una mujer que le gusta. Algo así como tomarte de la cintura y acercar tus pechos al mío, acercarme a tu cuello, decirte algo tierno y dulce al oído, mordisquear las manzanas de tus mejillas y llegar a tus labios con un beso, imaginarte un jadeo si mis manos te rehicieran los senos, intuirte un sueño si mi abrazo te tomara prisionera la cintura, soñarte soñando conmigo dentro y dentro mío. ¿Hago mal en desearte, en que mi piel quiera tocarse en la tuya, en buscarte para encontrarte como se encuentran un hombre y una mujer que se gustan, es decir, desnudos y sedientos? ¿Hago mal en decirlo o en hablarlo con silencios?

Yo lo que quiero es encontrarte para invitarte a perderte conmigo, Magdalena, que la piel le hable a la piel el deseo que callan las palabras y que el silencio habla... Espero entonces, tu silencio y tu palabra.

Vale. Salud y que en la tormenta de la noche los cuerpos sean la barca.


Otra vela para sombra

Madrugada. Arriba la luna sigue en su deslavado desnudarse de la luz azul que la viste. La oscuridad le perdona la cicatrices y le ofrece, generosa, otro velo para su impudicia. Abajo la sombra se acurruca en el último rincón de su desvelo.

Eso que se levanta, ¿es un viento o un puente buscando lejos la otra orilla para acabar de tenderse?

Un suspiro, tal vez.

Y otra vez la duermevela y sus ilusiones: una serpentina suspirada y liada en un cuello ausente, el ansia levantándose y hundiéndose en el bajo vientre, el leve respirar de la sombra en el oído de la noche, el deseo vistiendo la morena luz de la penumbra, un beso largo y húmedo en los otros labios, la mano escribiendo una carta que nunca llegará a su destino:

Daría lo que fuera por enredarme entre sus piernas, por confundir nuestras humedades, por desgastarme en la luna hendida de sus caderas. Daría lo que fuera, menos dejar de hacer lo que es mi deber hacer.

Amanece.

El sol empieza a ayudar a las casas y edificios en su lánguido inclinarse a occidente.

Afuera preguntan: "¿Listo?".

Adentro la sombra dobla con cuidado el ansia, la pone en el bolsillo izquierdo de la camisa, cerca del corazón, y responde: "Siempre".


Probelmas
Esto de la patria
es algo difícil de explicar.
Pero más difícil es comprender eso del amor a la patria.
Por ejemplo,
nos enseñaron que amor a la patria es, por ejemplo,
saludar a la bandera,
ponerse de pie al escuchar el Himno Nacional. Emborracharse a discreción cuando
pierde la selección de futbol.
A discreción emborracharse cuando gana la selección de futbol.
Algunos etcéteras que poco cambian de sexenio en sexenio…
Y por ejemplo,
no nos enseñaron que amor a la patria
puede ser, por ejemplo, silbar como quien se va alejando, pero,
tras de aquella colina también hay patria y nadie nos ve,
y nos franqueamos
(porque uno siempre se franquea cuando nadie nos ve)
y le decimos (a la patria), por ejemplo, todo lo que la odiamos y todo lo que la amamos
y esto siempre es mejor decirlo, por ejemplo,
a balazos y sonriendo. Y, por ejemplo,
nos enseñaron que amor a la patria es, por ejemplo,
usar sombrero de charro,
saber los nombres de los niños héroes, gritar «¡Viva-arriba México!»
aunque México esté abajo-muerto. Otros etcéteras que poco cambian de sexenio en sexenio.
Y, por ejemplo,
no nos enseñaron que amor a la patria puede ser,
por ejemplo,
callar como quien se muere, pero no,
bajo esta tierra también hay patria y nadie nos oye
y nos franqueamos
(porque uno siempre se franquea cuando nadie nos oye)
y le contamos (a la patria)
la pequeña y dura historia
de los que se fueron muriendo para amarla y que ya no están aquí para darme la razón, pero me la dan no estando,
los que nos enseñaron que a la patria se le ama, por ejemplo,
a balazos y sonriendo.


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