Subcomandante marcos a caballo, Chiapas, México, 1996.

Ejército Zapatista de Liberación Nacional

      El 1 de enero de 1994, mientras México celebraba su ingreso al "primer mundo" con la firma del Tratado de Libre Comercio (NAFTA), un ejército de indígenas con pasamontañas y fusiles oxidados emergió de la niebla chiapaneca, tomando seis ciudades a sus pies. No eran soldados, sino fantasmas que el mismo México creía haber enterrado ya. Comunidades tzeltales, tzotziles y tojolabales lideradas por el Subcomandante Marcos. Un hombre sin rostro, que encarnó la voz colectiva de los nadies, «los condenados de la tierra», para desenterrar una pregunta: ¿Qué significa el progreso cuando se construye sobre el borrado de los pueblos?

Nietzsche escribió que "todo lo profundo ama la máscara", y los zapatistas lo demostraron. Sus pasamontañas, lejos de ocultar identidades: las multiplícan. Bajo esa tela negra late una crítica radical a la obsesión moderna por la transparencia, que confunde exposición con libertad y visibilidad con valor.  La máscara zapatista no es solo un símbolo de resitencia, es un acto político, que nos recuerda que bajo las identidades impuestas, hay luchas colectivas que trascienden al individuo.

Tres décadas después, la máquina que combatían sigue triturando raíces. En Palestina, defender a tu tierra te convierte en "amenaza". En Wallmapu, los mapuches son encarcelados por proteger ríos. Y en México, el "desarrollo sostenible" no es más que un eufemismo para megaproyectos que desplazan comunidades enteras. Marcos lo advirtió: «El neoliberalismo no es un modelo económico, es una lógica colonial que borra lo que no puede convertir en ganancia». La paradoja es cruel: cuanto más se exige a las minorías «integrarse» —renunciando a sus lenguas, territorios, cosmovisiones—, más se las arrincona hacia la irrelevancia. Integrarse significa desintegrarse.  

Nietzsche podría haber vislumbrado en los pasamontañas zapatistas una manifestación de lo que es demasiado profundo para ser nombrado. La máscara, en su ambigüedad, resguarda lo sagrado: la dignidad de aquellos que el mundo decide ignorar, la terquedad de existir cuando el mundo te condena a desaparecer.  

Hoy, mientras el capitalismo vende inclusión con una mano y reprime con la otra, resurge la pregunta que un periodista lanzó a Marcos en 1994: "¿Creen que puedan ganar?".
La respuesta fue un golpe seco contra la lógica binaria del sistema:

"No merecemos perder".  

¿Fue eso un grito derrotista de desesperanza? o un llamado a la unión de los nadies, capaces de resquebrajar los cimientos de un mundo que los excluye; un recordatorio, que incluso en la derrota, hay una dignidad que no se negocia. «No merecemos perder». Y a veces, eso basta para ganar.
el alzamiento zapatista (20 years later)
marcos, la leyenda de chiapas
entrevista/discuro de marcos

  



      
© Omish.zip 2025
CA/ 191197 GEGA
Files /3874