El hormiguero hiperconectado
“los físicos nos enseñan que en un horno llevado hasta la incandescencia, si nuestros ojos pudieran subsistir, no verían nada. Ninguna desigualdad luminosa subsiste ni distingue los puntos del espacio. Toda esa formidable energía encerrada, acaba en la invisibilidad, en la igualdad insensible.”
En el año 1919 Paul Valéry usaba la imagen de un horno incandescente para hablar de un mundo en el que el exceso de claridad termina anulando toda forma y distinción. Esta metáfora, en un primer momento vinculada a la física, encuentra hoy un eco inquietante en la era digital, donde esa imagen suena casi profética. Así como en un horno incandescente toda luz se difumina en un resplandor uniforme, en la actualidad cada reel, cada TikTok, cada comentario y cada meme son solo un chispazo más en un horno digital que nunca se apaga. La cultura de la hiperconexión está tan sobrecargada que nuestro cerebro apenas distingue entre lo que importa y lo que no. Cada perfil, cada opinión única, y cada viralidad se disuelven en el desorden insensible del scroll infinito, donde la saturación de contenido borra la línea entre lo valioso y lo banal. ¿El resultado? Una nada infinitamente rica.
Un océano de datos y estímulos que, pese a su densidad, carece de profundidad. Esta nada no es la ausencia total, sino la acumulación de trivialidades, de contenidos efímeros y de modas pasajeras. Es la paradoja de una era en la que la abundancia se confunde con la plenitud.
Nos prometieron que el progreso y la era de la información, con acceso ilimitado a ideas y expresiones, nos darían una libertad sin precedentes, pero a cambio, hemos recibido algo más confuso: una ilusión de plenitud que esconde un vacío creciente. El ideal de una sociedad iluminada se ha transformado en una ceguera colectiva, donde la saturación de estímulos y la inmediatez de la comunicación digital impiden la reflexión profunda. And just like that, la supuesta sociedad del conocimiento ha cedido paso a un hormiguero digital donde la única “libertad” parece ser la de consumir y producir contenido idéntico, en un ciclo que solo reafirma la uniformidad y la mediocridad.
Pero esta saturación no es un accidente tecnológico, sino el síntoma de dinámicas socioeconómicas implacables. El capitalismo moderno on overdrive, bajo su retórica de individualismo y autenticidad, ha perfeccionado una forma de homogenización más sutil que cualquier ideología colectivista. Valéry lo anticipó al hablar de la precisión fatal: la obsesión por la eficiencia que, en nombre de la diversidad, estandariza. Aquí yace la ironía definitiva: mientras el comunismo soñaba con uniformar desde el control estatal, el capitalismo logra lo mismo vendiéndonos libertad.
Las big techs, armadas con algoritmos, convierten la identidad en un catálogo de opciones predecibles. We shape our tools and thereafter our tools shape us: las plataformas que celebran la autoexpresión moldean gustos, tendencias e incluso deseos. El individuo, lejos de ser protagonista, es un asset en una cadena de producción de contenidos. El concepto de main character de la cultura pop encapsula esta contradicción. Las marcas nos incitan a «vivir como protagonistas», pero ¿cuántos pueden serlo realemente cuando todos siguen los mismos guiones? Adoptamos las mismas trends, replicamos las mismas aesthetics, los mismos skincares, coreamos a los mismos artistas (los Lil o Young algo de turno) cuyo arte ya no es ni siquiera su expresión personal, sino el cosplay de un cosplay de un cosplay. It’s not their fault tho, ellos también navegan un sistema donde hasta la rebeldía se formula en plantillas. Basta observar la industria cultural: remixes, secuelas y reboots dominan el panorama. ¿Cuántas obras son genuinas y cuántas franquicias son diseñadas para sobrevivir en el mercado? Like everything else nowadays, culture turned into a business just trying to survive by making some profit.
En definitiva, se nos promete la libertad de elección, pero lo que recibimos es una ilusión cuidadosamente orquestada por un sistema que prefiere la uniformidad. El progreso tecnológico, en vez de liberarnos, se ha convertido en una herramienta de control que refuerza estructuras de poder, donde el verdadero dominio está en manos de quienes gestionan las grandes plataformas digitales. And the worst is, we all feel like the main character when in reality we are all just a bunch of spider-men pointing at our double en un eterno loop de imitaciones, donde la originalidad se reduce a elegir entre filtros prefabricados.
En 1919, Valéry cerró su Crise de l’esprit con un pronostico inquietante: “Cierta confusión reina todavía, pero esperemos un poco y todo se aclarará; veremos por fin aparecer el milagro de una sociedad animal, un perfecto y definitivo hormiguero.”
Más de un siglo después, I think it’s safe to asume que ya hemos esperado lo suficiente. El horno incandescente ya no es un ejercicio de física poética, sino el paisaje digital que habitamos. Y aunque para algún despistao cierta confusión reine todavía, a día de hoy, el hormiguero de Valéry ya no es una amenaza en el horizonte. La nuestra es ya …una sociedad animal, un perfecto y definitivo hormiguero digital.
El hormiguero hiperconectado, OMISH.
02/11/2024