Yahora ke??
«Dios ha muerto», anunció Nietzsche, y con Él se desvaneció el gran relato que durante siglos dio sentido a la existencia humana. No se trata de añorar dogmas, ni pretendo hacer una apología a la religión, sino de reconocer el vacío que dejó la erosión de lo sagrado, que ha dejado en desorden, o simplemente en blanco, percepciones esenciales de la condición humana.
En un mundo donde la teología dictaba las normas, la verdad era absoluta, todo tenía una razón de ser, y nadie osaba poner nada en cuestión. Sin embargo, el vacío dejado por la erosión de la teología ha dado lugar a que nuevas doctrinas, sistemas y realidades luchen por llenar esa oscuridad interior. George Steiner se refiere a este fenómeno como la nostalgia del absoluto.
Para Steiner, una religión no es solo un conjunto de creencias sobrenaturales, sino un sistema completo que da forma a la existencia, que ofrece respuestas, estructura moral y, por qué no, algo de consuelo existencial. No se trata solo de saber quiénes somos, sino de qué hacer con eso. En ese sentido, la religión organiza el caos de la vida y nos da un sentido de propósito. Y cuando la religión tradicional se desmorona, el instinto humano busca absolutos en cualquier lugar que parezca dar respuestas. ¿Ejemplos? Los hay a montones.
Uno de los primeros absolutos modernos que identifica Steiner, fue el marxismo. Steiner lo identificó como religión secular, y no sin razón. Ofrecía una épica maniquea (opresores vs oprimidos), un mesías colectivo (el proletariado), y un paraíso prometido (la sociedad sin clases). La revolución fue su ritual; El Capital, su Biblia. Millones abrazaron su fe no por ateísmo, sino porque, como escribió Gramsci, «el viejo mundo se muere, y el nuevo tarda en aparecer». El marxismo dio coherencia al caos, pero su caída dejó el mismo vacío que pretendía sanar.
Tras la sangría que dejó el siglo XX, llegó el neoliberalismo, la teología del mercado. Su dogma era sencillo: la mano invisible como Providencia económica, el crecimiento infinito como santificación, y el individuo emprendedor como nuevo santo laico. Aquí, la salvación no es espiritual, sino material: acumular bienes, escalar posiciones, convertir la vida en un balance de ganancias. El mercado, elevado a fuerza cósmica, dicta la moral (lo eficiente es bueno), condena herejías (la regulación es pecado) y promete redención vía consumo. Es un absoluto práctico, pero tan frío como el acero de los rascacielos que lo simbolizaban.
Y luego apareció otro absoluto moderno que surge en la devoción casi religiosa hacia la tecnología y el culto a Silicon Valley. Aquí, el futuro es el “paraíso” prometido, y los profetas son CEOs de camisetas basicas y dad shoes que aseguran estar “construyendo el futuro”. Silicon Valley se ha convertido en el Vaticano de la innovación, y la tecnología actúa como la fuerza redentora que nos liberará de los males humanos. La promesa ya no es el cielo, sino la inmortalidad digital; no la gracia divina, sino la perfección de la inteligencia artificial. «We’re making the world a better place» resuena con la misma intensidad que los sermones de antaño, prometiendo una era de abundancia, eficiencia y longevidad, todo en alta definición. Pero tras el brillo de las pantallas, persiste la misma pregunta de siempre: ¿mejor para qué? ¿Para quién?
Mientras tanto, en las grietas del racionalismo, resurgió lo arcano. La astrología, el tarot y el misticismo light colonizaron Instagram y Tiktok, ofreciendo respuestas en forma de memes y horóscopos de tres líneas. No es fe, sino consuelo low-cost: un zodiaco personalizado que explica tus rupturas amorosas mediante Mercurio retrógrado, o un ritual de luna llena para combatir la ansiedad. Aquí, el absoluto es flexible, customizable, tan efímero como un story de 24h. No hay dioses exigentes, solo algoritmos que susurran: «Tú eres especial, el universo conspira a tu favor, you just have to manifest it».
Steiner tenía razón: todos estos sistemas (marxismo, neoliberalismo, tecnoutopía, astrología 2.0) son religiones sin Dios. Comparten un núcleo común: la necesidad humana de que algo, una ideología, un mercado, un algoritmo, los astros, nos digan qué hacer en un universo que ha dejado de hablar claro. Y aunque Nietzsche celebraría su diversidad, también alertaría sobre su peligro: cada nuevo absoluto, por laico que sea, lleva en su semilla el autoritarismo de quien cree poseer la verdad.
Ahí yace la paradoja: buscamos relatos que nos liberen de la angustia existencial, pero terminamos siempre encadenados a nuevos dogmas. El marxismo devino en gulags; el neoliberalismo, en desigualdad brutal; la tecnoutopía, en vigilancia masiva; la astrología, en pensamiento mágico (okayy...kinda fun, but delulu nevertheless).
¿Es posible, entonces, vivir sin absolutos? ¿O estamos condenados a sustituir un dios por otro, como alcohólicos cambiando de botella?
Steiner died before he could find an answer. Nosotros, mientras tanto, aquí seguimos, navegando el desierto posdivino, construyendo castillos de sentido sobre arena, looking for an answer, porque al final, como escribió Nietzsche, quien nos heredó aquel Dios muerto, "el hombre prefiere querer la nada a no querer" y en esa nada, seguimos.... inventando absolutos.
yahora ke??, OMISH.
14/11/2024