Los NPCs de Ortega y Gasset


Los NPCs, esos personajes de videojuego que solo siguen un guion repetitivo, han saltado de la pantalla a la vida real como una metáfora del ser humano que se limita a reaccionar, a repetir frases y comportamientos predecibles, y que se acomoda en el confort de lo establecido sin cuestionarlo. Lo que empezó como un meme en internet ha evolucionado a símbolo de la época: una inquietante actualización del hombre masa que Ortega y Gasset describió hace casi un siglo.


Ortega describió al hombre masa como aquel que rehúye el esfuerzo de pensar, prefiriendo diluirse en la multitud antes que enfrentar la incomodidad de la reflexión. Los NPCs encarnan esta esencia con precisión: adoptan opiniones de moda como quien viste una prenda prestada, se adhieren a discursos dominantes con la docilidad de un coro, y evitan cualquier riesgo que amenace sus certezas. En ambos casos (el filosófico y el meme), el individuo renuncia a su voz. Se convierte en eco de consignas ajenas, repitiendo mantras mientras su capacidad de influir activamente se desvanece. Y aunque hoy en día NPC sea solo un insulto con tono de broma para el amigo que se deja llevar por el mainstream, tal vez deberíamos ver en él algo más que una curiosidad pasajera de la cultura pop.

El verdadero peligro surge cuando esta lógica trasciende lo anecdótico y se normaliza como modelo social. Ortega temía que una sociedad gobernada por hombres masa (o por NPCs, en su versión 3.0) degenerara en una democracia movida por el instinto y la inmediatez, donde lo relevante ya no fuera el análisis, sino la intensidad de las reacciones. La democracia deja de ser un ágora para convertirse en un teatro de reflejos condicionados: un espacio donde las ideas se reducen a eslóganes, los debates a enfrentamientos binarios, y los políticos a caricaturas que activan respuestas viscerales. En este ecosistema, no se requiere un discurso complejo ni una propuesta fundamentada; basta un guion simple, emociones básicas y la repetición incansable. Las ideas profundas, como tweets en una cronología saturada, se pierden en el ruido.


Es aquí donde el populismo encuentra su caldo de cultivo. Los líderes populistas, hábiles titiriteros de las pasiones colectivas, comprenden que en una democracia de NPCs no hay que invitar a pensar, sino a reaccionar. Su estrategia es un copy-paste de manual: activar miedos ancestrales y deseos inmediatos con la eficiencia de un reloj de relojería Suiza. El aplauso fácil sustituye a la verdad incómoda; las promesas simples eclipsan a las realidades complejas. ¿La receta? Mezclar nostalgia nacionalista (MAGA for example), resentimiento social y enemigos imaginarios. Luego, envolverlo en banderas de «libertad» o «justicia» y repetirlo hasta el agotamiento. And just like that, la democracia, que debería ser un diálogo crítico, se reduce a una farsa donde ganar significa acumular seguidores, no ideas.

Ortega temía la rebelión de las masas, pero incluso él habría palidecido ante nuestra normalización del pensamiento NPC. El populismo no es una anomalía democrática, sino su sombra inevitable en la era de la gratificación instantánea. Como advirtió Camus, cuya metáfora de la peste resuena hoy con escalofriante lucidez, “el bacilo de la peste no muere ni desaparece jamás… y puede permanecer dormido durante decenas de años en los muebles y la ropa… aguardando, con paciencia, en las alcobas, en los sótanos, en las maletas, los pañuelos y los papeles, y quizá llegue un día en que, para desgracia y enseñanza de los hombres, la peste despierte a sus ratas y las mande a morir en una ciudad dichosa.”


El paralelo es perturbador, así como las ratas de Camus llevaban la plaga, nuestros NPCs cotidianos, aquellos que comparten consignas sin analizarlas, que odian por inercia, que exigen soluciones simples a problemas complejos, son portadores de un mal antiguo. Mientras existan sociedades donde la reflexión se considere un lujo y el pensamiento crítico una molestia, el populismo hallará su terreno fértil. Y la democracia, lejos de ascender, se arrastrara hacia sus abismos donde la demagogia muta en espectáculo, la propaganda se normaliza como lenguaje, y los impulsos más primarios, el miedo, el odio y el resentimiento, dictan la política. Hasta que, una y otra vez, entre las ruinas del diálogo, acaban por emerger los mismos monstruos, los hijos bastardos de la democracia: el fascismo y el populismo.

Los NPCs de Ortega y Gasset, OMISH.
09/11/2024


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